lunes, 14 de septiembre de 2015

Capítulo II: Kevin(a)

- ¡Acaban de robarme! ¡Vengan, por favor!
- Enseguida mando una patrulla, señora. Tranquilícese, en unos minutos llega.
Hastiado, el policía colgó el teléfono, dio un sorbo al café frío y se acomodó en la silla. "Fernández, hace falta algo para picar acá, ¿no le parece? Podría ir a darse una vuelta por la panadería de enfrente", le gritó el comisario mayor.
Escogió dos docenas de facturas, fue hasta la caja y entonces escuchó un grito detrás: "¡Todos al piso, esto es un robo!". Se tocó la cintura varias veces, palpó pero no encontró nada. Había dejado el arma sobre el escritorio para ir al baño. Sintió un golpe seco en la cabeza y un escalofrío le recorrió la espalda. Se dio vuelta. El chorro le había pegado con la culata.
- ¿Cómo puede ser que tengas mi arma? Yo la había dejado en el escritorio.
- La tengo porque es grande, grande y gorda. ¿Querés sentirla?
Automáticamente, el comisario se bajó el pantalón y se apoyó contra el mostrador con las piernas abiertas. El ladrón se arrodilló y, separando las nalgas, comenzó a lamerle el ano. "No me lo chupes. ¡Ponela, dale, quiero que me acabes adentro!", ordenó. Enseguida sintió que algo gigante lo desgarraba. Se dio vuelta para mirar la verga descomunal y venosa justo a tiempo para ver cómo los clientes se desnudaban entre sí. Había comenzado en la panadería una orgía furiosa. El semen peleaba por salir y desbordar del ano del cana mientras la pija no dejaba de bombear.
Busqué un papel para secarme, me subí la bombacha y me senté en la cama. La fantasía ya había dado resultado de nuevo. La utilizaba dos, tres, incluso cuatro veces al día. Entonces me di cuenta de que no podía seguir así, con tantas ganas de coger. Era momento de debutar con Kevin. Podía aprovechar que mis viejos se iban el finde a la costa para invitarlo a casa. Dicho y hecho, lo llamé al celu y arreglamos para el sábado a las 9 de la noche. Me acuerdo que esa tarde me la pasé depilándome, perfumándome, haciéndome rulos en el pelo y maquillándome con lo que le había robado a mi vieja del placard. Kevin, como siempre, tocó puntual a las 21:00. Sentí que iba a desmayarme de los nervios. Bajé a abrirle con la tanga ya empapada. Moría de curiosidad por saber cómo sería. Nunca había sentido tanta adrenalina. Pero también tenía miedo y estaba llena de dudas. "¿Y si no le gusto? ¿Y si no me gusta? ¿Y si su pija me da asco? ¿Notará que tengo celulitis? Mejor no le doy la espalda. ¿Y si me perfumé demasiado? Voy a apagar la luz, a ver si no me depilé bien...", pensamientos como estos me asediaron todo el camino hasta la entrada que se hizo eterno.
Finalmente llegué a la puerta. Respiré hondo, me acomodé el pelo nerviosamente y le abrí. Me recibió con un beso. Parecía intranquilo. Le pregunté cómo se sentía y me contestó que estaba seguro de que todo iba a salir bien porque nos amábamos.
Puse una peli en el DVD pero a los 10 minutos corría ignorada mientras nos besábamos en el sillón. Sentía que ardía, que no podía más de las ganas de arrancarle la ropa cuando me empujó de los hombros suavemente y me dijo que tenía algo para contarme.
- Esperá, tengo que decirte algo, mi amor.
- Ahora no, Kevin. Me lo contás después.
- En serio, gorda. Tenés que saberlo ahora.
No me importó que insistiera. Le tapé la boca de un beso y le levanté la remera. Me quedé helada.

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