martes, 15 de septiembre de 2015

Capítulo III: Kevin(a) II

Debajo de la remera tenía una faja. Pero no estaba puesta en la panza para ocultar unos kilitos demás (lo cual me hubiera molestado menos), sino más arriba, en la zona de los pechos. Me quedé anonadada. Enseguida quiso decir algo, pero lo volví a callar con un beso. Le dije que no importaba, que no tenía que explicar nada, que entendía y no había problema. En realidad, no había entendido un carajo, pero tengo un tío con ginecomastía* y pensé que se trataba de eso. ¡¿Cómo me iba a imaginar la verdadera causa?! No es que haya vivido en un tupper y no supiera de la existencia de personas como él, pero este tipo de cosas una piensa que solo las lee en el diario o las ve en películas.
Después de decirle que lo comprendía noté que se le llenaron los ojos de lágrimas.
- Tenía miedo de que no lo entendieras... sé que me amás, pero tal vez esto era demasiado para vos. No quería que me culpes por no habértelo dicho antes... iba a hacerlo, creeme que iba a hacerlo, pero no sabía cómo, no quería que reacciones mal y por eso lo fui posponiendo, aún sabiendo que podía ser peor que te enteres así. También quise contártelo cuando me llamaste para vernos hoy, pero qué sé yo... ¿y si me cortabas? ¿Y si me dejabas y no volvía a verte nunca?
- No voy a dejarte por esto, tarado. Te amo más allá de tu cuerpo. ¿No lo sabías?- y lo besé de nuevo, riendo por lo inocente que me parecía su miedo. Estuvimos un largo rato trenzados en el sillón hasta que la calentura fue subiendo de nuevo. Lo que vino después no tengo explicarlo, ¿no? Me sacó la remera, me desabrochó el corpiño... y esto sí tengo que contarlo. Le bajé el bóxer y vi cómo una media rodaba hacia el piso. Seguí con la mirada su recorrido, la vi detenerse junto a la mesita de luz y entonces, confundida, volví a mirarlo. No tenía pija. Era mujer.
* Ginecomastía: enfermedad de los hombres consistente en el agrandamiento de las glándulas mamarias.

lunes, 14 de septiembre de 2015

Capítulo II: Kevin(a)

- ¡Acaban de robarme! ¡Vengan, por favor!
- Enseguida mando una patrulla, señora. Tranquilícese, en unos minutos llega.
Hastiado, el policía colgó el teléfono, dio un sorbo al café frío y se acomodó en la silla. "Fernández, hace falta algo para picar acá, ¿no le parece? Podría ir a darse una vuelta por la panadería de enfrente", le gritó el comisario mayor.
Escogió dos docenas de facturas, fue hasta la caja y entonces escuchó un grito detrás: "¡Todos al piso, esto es un robo!". Se tocó la cintura varias veces, palpó pero no encontró nada. Había dejado el arma sobre el escritorio para ir al baño. Sintió un golpe seco en la cabeza y un escalofrío le recorrió la espalda. Se dio vuelta. El chorro le había pegado con la culata.
- ¿Cómo puede ser que tengas mi arma? Yo la había dejado en el escritorio.
- La tengo porque es grande, grande y gorda. ¿Querés sentirla?
Automáticamente, el comisario se bajó el pantalón y se apoyó contra el mostrador con las piernas abiertas. El ladrón se arrodilló y, separando las nalgas, comenzó a lamerle el ano. "No me lo chupes. ¡Ponela, dale, quiero que me acabes adentro!", ordenó. Enseguida sintió que algo gigante lo desgarraba. Se dio vuelta para mirar la verga descomunal y venosa justo a tiempo para ver cómo los clientes se desnudaban entre sí. Había comenzado en la panadería una orgía furiosa. El semen peleaba por salir y desbordar del ano del cana mientras la pija no dejaba de bombear.
Busqué un papel para secarme, me subí la bombacha y me senté en la cama. La fantasía ya había dado resultado de nuevo. La utilizaba dos, tres, incluso cuatro veces al día. Entonces me di cuenta de que no podía seguir así, con tantas ganas de coger. Era momento de debutar con Kevin. Podía aprovechar que mis viejos se iban el finde a la costa para invitarlo a casa. Dicho y hecho, lo llamé al celu y arreglamos para el sábado a las 9 de la noche. Me acuerdo que esa tarde me la pasé depilándome, perfumándome, haciéndome rulos en el pelo y maquillándome con lo que le había robado a mi vieja del placard. Kevin, como siempre, tocó puntual a las 21:00. Sentí que iba a desmayarme de los nervios. Bajé a abrirle con la tanga ya empapada. Moría de curiosidad por saber cómo sería. Nunca había sentido tanta adrenalina. Pero también tenía miedo y estaba llena de dudas. "¿Y si no le gusto? ¿Y si no me gusta? ¿Y si su pija me da asco? ¿Notará que tengo celulitis? Mejor no le doy la espalda. ¿Y si me perfumé demasiado? Voy a apagar la luz, a ver si no me depilé bien...", pensamientos como estos me asediaron todo el camino hasta la entrada que se hizo eterno.
Finalmente llegué a la puerta. Respiré hondo, me acomodé el pelo nerviosamente y le abrí. Me recibió con un beso. Parecía intranquilo. Le pregunté cómo se sentía y me contestó que estaba seguro de que todo iba a salir bien porque nos amábamos.
Puse una peli en el DVD pero a los 10 minutos corría ignorada mientras nos besábamos en el sillón. Sentía que ardía, que no podía más de las ganas de arrancarle la ropa cuando me empujó de los hombros suavemente y me dijo que tenía algo para contarme.
- Esperá, tengo que decirte algo, mi amor.
- Ahora no, Kevin. Me lo contás después.
- En serio, gorda. Tenés que saberlo ahora.
No me importó que insistiera. Le tapé la boca de un beso y le levanté la remera. Me quedé helada.

viernes, 11 de septiembre de 2015

Capítulo I: Kevin

Bienvenido a mi blog. Me gustaría comenzar presentándome pero la realidad es que no tengo ni puta idea de quién soy. Pero voy a decirte lo que sí sé: tengo 18 años, vivo en Almagro pero nací en Santa Fe. Nos mudamos cuando era muy chica porque mis viejos estaban cansados de que se inunde la casa. Y creo que soy bisexual. Realmente no lo sé, pero dejame que te explique.
A los 14 me enamoré de un vecino al que siempre me encontraba en el mismo supermercado chino. Lo miraba, me miraba, pero nunca nos animamos a nada... hasta que nos cruzamos en la góndola de los lácteos y me preguntó:
- Che, a vos te veo siempre por acá... ¿sabés si apagan las heladeras?
- No tengo ni idea, pero viste cómo son... son medio sucios. Para mí que las apagan.
- Tenés razón, es mejor no comprar nada. Mirá cómo está la góndola, encima. ¡Toda pegajosa! Por cierto, ¿cómo te llamás?
- Estrella, ¿vos?
- Yo soy Kevin. ¿Así que Estrella? Con razón tenés esa luz en la mirada...
Pensé que era medio pelotudo, pero como me hizo reír decidí darle una chance. Al día siguiente estábamos tomando un helado en la heladería de la esquina de casa. Me dijo que tenía 17 años, que vivía con sus viejos y que había terminado hace poco una relación con una loca. En fin, charlamos hasta que se hizo de noche y no nos quedó otra más que despedirnos, pero nos prometimos volver a vernos al día siguiente. Y así fue. Nos vimos toda esa semana. Y la próxima. Y la próxima. Nos encontramos diariamente durante 2 meses. Todos los días de la semana, ¿eh? No importaba si teníamos otros compromisos; siempre nos hacíamos un rato para saludarnos, aunque sea. Nos despertábamos y nos acostábamos con mensajitos en el celu. Todo era perfecto. Estábamos completamente enamorados. En toda mi inocencia de los 14 años no me imaginaba siquiera lo que vendría después.